
La economía mundial actual está fuertemente determinada por el llamado fenómeno de la globalización que, entre otras repercusiones, ha originado una mayor presión competitiva para las empresas. La aparición de nuevos factores (la incorporación de nuevas tecnologías, la madurez de los mercados, el acceso a capacidades y conocimientos que la empresa no posee o la internacionalización de los mercados, entre otros) están provocando cambios sustanciales en las formas de competir que, a su vez, implican una nueva orientación en la manera de dirigir las empresas. En este nuevo escenario, la disposición de la empresa para competir depende no sólo de sus recursos y capacidades internas sino también del tipo de relaciones que sea capaz de establecer con otras organizaciones así como el alcance de dichas relaciones.
La empresa, que está en permanente contacto con proveedores y clientes, sin olvidar los competidores que concurren en el mercado, ya no se puede considerar como algo aislado. Para definir una estrategia de actuación que le permita aprovechar las oportunidades que ofrece este panorama y poder defenderse de las amenazas que se plantean, el análisis de la empresa debe considerar no sólo sus recursos y capacidades internas sino los del resto de los agentes. Una nueva cultura que percibe a los agentes que operan en el entorno empresarial como posibles colaboradores en lugar de simples competidores está arraigando en los departamentos de dirección de las empresas. Compartir tecnología, establecer redes de distribución o cooperar en materia de calidad constituyen algunas de las modalidades de cooperación que dentro de esta nueva orientación en la gestión empresarial ya están poniendo en práctica las empresas más avanzadas.
Podríamos definir la cooperación como aquella fórmula organizativa dentro de las asociaciones de empresas por la que dos o más empresas, sin perder su personalidad jurídica, establecen voluntaria y recíprocamente compartir algún recurso y/o conocimiento de tipo tecnológico, comercial o financiero con el objeto de desarrollar una estrategia que redunda en ventajas competitivas para los cooperantes. En definitiva, para que se produzca la cooperación es imprescindible la existencia de, al menos, un objetivo común entre las entidades involucradas para cuya consecución emplean recursos compartidos. Para cualquier empresa supone un reto afrontar todos los fenómenos que configuran el actual contexto económico, como los cambios organizativos o tecnológicos, además de la presión por los resultados, circunstancia que se acentúa en el caso de las pymes para las que entraña un mayor esfuerzo abordar todos los frentes. Por esta razón, las empresas deben apostar por mantener sus competencias esenciales (core business) y buscar la cooperación con otras empresas para que, mediante la complementariedad, puedan paliar sus carencias. La cooperación se perfila pues como un elemento imprescindible para competir con éxito.
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